G’day mates!
Hace más de una semana que estamos trasteando por Kyneton, un pueblo
situado 82 km al noroeste de Melbourne. Muchas cosas han pasado desde la última
actualización en Brisbane… ¡Y todas divertidas y buenas!
Estamos alojados en casa de Gwen Crimmins, una mujer extremadamente
hiperactiva e interesante. Su casa está en Lauriston, a 7 km de Kyneton. Tiene
campos de olivos y algún que otro bicho: una vaca, un toro, tres ocas, siete
gallinas normales, dos gallinas peludas, unas cuantas ovejas gigantes y dos
perros enanos.
Tanto el toro como una de las ovejas son huérfanos así que Gwen les
estuvo dando el biberón hasta que se hicieron mayores.
Actualmente la oveja obedece al nombre de Lilly y se comporta como un
perro. Si la llamas, viene y te pide caricias. Tiene tres corderitos que no
hacen nada de caso por eso. En cuanto al toro, Hayza (es la onomatopeya que
utilizan los cantoneses para designar al color negro) para los amigos, no tiene
todavía un año y también parece un perro. Ambos piden caricias y comen de la
mano, el toro con bastante más brusquedad que la oveja.
En cuanto a lo que hacemos nosotros por aquí… ayudamos en lo que
podemos. Después de casi dos meses hemos aprendido que cuanto más nos
esforzamos más recibimos. Gwen es hiperactiva y está constantemente haciendo
cosas así que no tenemos “horario de trabajo”.
Hemos aprendido a llevar el tractor y a fumigar las malas hierbas,
fumigar los olivos, cortar el césped “a saco”, cortar el césped con delicadeza,
cuidar a los animales… También vamos a hacer un filtro de arena y grava para el
agua efluente de la miniplanta de saneamiento de aguas residuales que tiene
Gwen en su casa.
También hemos conocido a Rob y Judith. Son una pareja que viven cerca
de Gwen y que se dedican a hacer ladrillos de barro. La casa de Gwen está hecha
con esos ladrillos y parece que sean piedras. Lo interesante de Rob (fan de
Gaudí) es que es un loco de la experimentación con la naturaleza. Tiene la
teoría de que la naturaleza nos da las soluciones a los problemas cotidianos
que podamos tener. Actualmente está intentando construir un sistema de limpieza
de las aguas grises de su casa haciéndolas circular de forma subsuperficial por
un minihuerto. Algo así como unos humedales artificiales. Precisamente de esto
iba mi tesina final de carrera y precisamente mi proyecto final de carrera era
sobre la construcción de unos humedales artificiales. Se han juntado el hambre
con las ganas de comer. Dentro de un par de días nos vamos a poner a trabajar
en ello, lo cual es muy interesante.
Casi todas las tardes Gwen nos dice que hemos trabajado muy duro y que
está muy contenta, nos hace subir al coche y nos lleva a ver los alrededores de
Lauriston.
Hemos ido a coger lombrices con Albert (amigo de Gwen emigrado de
Alemania en los años 50) para una competición de pesca. Este señor tiene dos
varas metálicas que clava al suelo y conecta a la batería del coche. Esto
genera una corriente eléctrica entre ambas varas que calienta el suelo y
molesta a las lombrices, que suben a la superficie en cuestión de segundos.
Las lombrices eran grandes como serpientes y cogimos casi un centenar.
Aprovechamos para intentar pescar un rato al estilo del lugar; sin veleta ni
plomos y con una lombriz de dos palmos en el anzuelo. No pescamos nada.
También hemos ido en busca de canguros. Hemos visto cientos de
canguros rojos, que son los más grandes que existen. Son enormes y saltan una
barbaridad. Están por todas partes cerca de Lauriston. Son algo asustadizos
pero se dejan ver.
En cuanto a los paseos por los alrededores, a menos de 5 minutos en
coche tenemos un lago, un embalse, bosques, campos… os dejamos alguna foto y
nos ahorramos las palabras.
Este fin de semana pasado hemos estado en Melbourne, echando un cable
a Gwen con una mudanza (la anécdota sobre la mudanza está al final) y visitando
la ciudad.
Hemos estado alojados en la casa de Gwen en Melbourne, en el barrio de
Newport, que está a un cuarto de hora del centro (en tren). Ahí hemos
aprovechado para aprender los fundamentos del fútbol australiano, jugando en el
jardín.
Debemos destacar que Gwen es la viuda de Peter Crimmins, capitán del
Hawthorn (Melbourne) en los años 70 que murió de cáncer a los 28 años, minutos
después de que sus compañeros de equipo le llevasen a la habitación del
hospital la copa de la liga (Premiership) que habían ganado ese mismo día.
Peter Crimmins era para Hawthorn lo que Puyol o Kubala para el Barça.
Actualmente Hawthorn concede cada año la medalla Peter Crimmins al mérito
deportivo y juego limpio, que impone Gwen personalmente.
En cuanto a la ciudad en sí, Melbourne mola, punto. Es como un Born
gigantesco en el que se respira gafapastismo por todos lados y por donde se
puede pasear tranquilamente. El bus turístico es gratis, así como un tranvía
que realiza un trayecto circular por el centro.
Paseamos por una calle en la que está permitido hacer grafittis en las
paredes y donde se encuentra el restaurante Movida, especializado en tapas (50
gramos de jamón serrano por 59 dólares).
Visitamos un montón de “arcades” que comunican las diferentes
callejuelas del CBD (City Bussiness District) de Melbourne, donde encontramos
una pastelería que fascinó a Marina. La verdad es que era impresionante.
Después de haber estado en Brisbane y Melbourne y haber utilizado el
transporte público nos vemos con la obligación moral de destacar que el
transporte público de Barcelona es realmente bueno y, a pesar de que cueste
decirlo, barato. El billete sencillo en Brisbane cuesta 4 dólares y en
Melbourne directamente no existe. En Brisbane debes comprar la GoCard si
quieres pagar menos (un trayecto normal no baja de 3 dólares) y en Melbourne
una tarjeta MyKy (4 dólares por dos
horas de transporte por la ciudad). Ayer (día 17) se destapó una gran polémica
en Victoria ya que resulta que la policía utiliza las tarjetas MyKy con
concesión (pensionistas, estudiantes…) para seguir a la gente e investigar
fraudes.
En cuanto a la anécdota prometida… aquí la tenéis. En Australia casi
todo el mundo que vive en un pueblo tiene un remolque. Gwen no es una excepción;
tiene un remolque que parece hecho con los restos de los primeros barcos que
llegaron por estos lares hace algo más de 200 años. Después de unos segundos de
planificación extrema conseguimos cargar en el citado remolque un sofá de cuero
azul, un armario de madera más viejo que Matusalén, un somier, varias plantas y
algún que otro trasto. Gracias, Tetrix.
La carga iba asegurada con una cuerda atada a dos paneles metálicos
que no sabemos cómo se sostienen y el remolque iba enganchado al coche por la típica
bola metálica (esa que a veces va cubierta por una pelota de tenis), asegurado
por un cordón de zapato (hace días no lo pusimos y se salió el remolque en el
primer bache, con el consiguiente susto).
En el coche íbamos los perros (Misha y Ari), Gwen, Marina y yo.
Pusimos rumbo a Kyneton a eso de las 11 de la mañana, con el objetivo de llegar
a casa sobre las 12 (eso aquí es la hora de comer). Circulábamos por la
autopista (freeway) a velocidad constante, con seguridad, como el caballo de
Espartero. El cielo amenazaba tormenta de las gordas, pero no nos amedrentó:
Marina y Gwen hablaban de sus cosas, los perros se comunicaban entre ellos por
telepatía y yo dormía.
Nos adentramos en un tramo de autopista que transcurría a través de la
selva negra australiana (bosques de grandes abetos, muy tupidos, húmedos y
fríos), encerrados entre vallas verdes de más de dos metros de altura (evitan
que los canguros se inmolen) que se alzan enigmáticas a ambos lados del
trazado. La atmósfera se enrarecía por momentos. El cielo parecía a punto de
romperse. Los abetos se combaban amenazantes sobre los límites del asfalto. De
repente, el silencio. Marina y Gwen no hablaban, los perros apenas respiraban,
yo estaba despierto. Trozos de caucho negro salían despedidos a nuestro paso.
Traqueteo en la parte trasera. El remolque se ladeaba peligrosamente. El coche
apenas podía resistirlo. No era un simple pinchazo, era una desintegración
neumática en toda regla.
Gwen logró parar el coche, que galopaba cual caballo desbocado, en el
arcén. Estábamos a quinientos metros del teléfono de emergencias más cercano
(eso no es dramático ya que en Australia también tienen teléfonos móviles), con
tráileres de hasta tres contenedores pasando a toda velocidad a escasos
centímetros del coche y con el cielo a punto de desplomarse sobre nosotros.
Llamamos al RACV. ¿El RACV? Sí, El Real Automóvil Club de Victoria (el
estado de Melbourne), cuyo escudo, colores y letras son asombrosamente parecidos…
a los del RACC. Cosas así dan seguridad, como ir a un examen con camisa.
El hombre del RACV llegó en cuestión de minutos y con él, el diluvio.
Marina y Gwen se quedaron en el coche y yo me fui con el señor mecánico y la
rueda hacia Gisborne, el pueblo más cercano.
El taller mecánico resultó ser una maravilla cuya época gloriosa fue
en los setenta, cuando ganaron diversas pruebas de automovilismo.
El taller era el negocio familiar de la familia Gardiner, cuyo primer miembro
llegó a Australia en 1860 procedente del sur de Escocia. Era herrero
(blacksmith). Se dedicaron a herrar caballos hasta que, en 1918, cambiaron las
herraduras por los neumáticos.
En el taller hay una especie de
muro de la gloria. Tienen una carta de Henry Ford II agradeciéndoles los
primeros 50 años de convenio con Ford, fechada en 1968. Siguen con Ford. Tienen
expuesto el primer remolcador de coches que tuvieron, junto a una foto del
primer coche que tuvo la “suerte” de utilizarlo. Tienen también un árbol
genealógico que empieza con el primer Gardiner que llegó a Australia y que
acaba con cuatro Gardiners nacidos en los noventa.
El señor que vino a buscarnos era el “hermano mayor” del tercer
escalón del árbol genealógico. Empezó a trabajar en el taller en el año 1957 y
ahora, a los 72 años de edad, seguía en ello. Nunca ha salido del estado de
Victoria; una vida entera dedicada al taller. Ahora él y su hermano (67 años)
se ven forzados a vender el negocio porque sus hijos no quieren seguir con él. El
Henry Ford que viva ahora no tendrá que escribir una carta agradeciéndoles los
100 años de colaboración.
Finalmente llegamos a casa sobre las tres de la tarde. Tarde
provechosa. Marina fue rápidamente a abrir los recintos de las ocas, las
gallinas normales y las gallinas peludas. Volvió con 29 huevos de gallina
normal, 4 huevos de oca y 5 huevos de gallina peluda. Son como regalitos.
Actualmente tenemos unos 50 huevos en la cocina, lo que empieza a
suponer un problema. Marina está haciendo un pastel de naranja y almendras.
Mañana haremos empanada gallega y tortilla de patatas porque vienen Rob y Judith
a cenar tapas.
En cuanto a mí, he aprendido a maniobrar marcha atrás llevando un
remolque, lo cual no es moco de pavo. Si no me creéis podéis probar a aparcar
haciendo una ele con un remolque enganchado al coche, o simplemente a circular
marcha atrás en línea recta.
Enrique & Marina