El avión aterrizó puntual en el aeródromo
de Vava’u. Allí ya me esperaba el señor que me iba a llevar a la guesthouse
donde me iba a alojar las cuatro primeras noches de mi estancia en Vava’u, PortWine Guesthouse.
Port Wine es relativamente nuevo.
El dueño se llama Tye y es un tongano que se fue a estudiar Ingeniería Química
a Melbourne hace más de treinta años. Después de tres años estudiando decidió
que aquello no era lo suyo y dejó la universidad. Desde entonces recogió fruta,
condujo camiones por todo Australia y se hizo constructor. En Australia se casó
y tuvo hijos. Hace tres años su padre murió, por lo que él se convirtió en el
patriarca de su familia, así que, como buen tongano (la familia es el pilar en
el que se basa la sociedad de Tonga) volvió a Tonga para cuidar de toda su
familia. No pudo convencer a su mujer australiana así que se divorciaron. En
Vava’u conoció a Salote, su actual mujer, que además es la dentista de la isla.
A su vuelta adecentó la casa de invitados de su madre y construyó dos nuevos
edificios, creando lo que actualmente es Port Wine Guesthouse.
Nada más llegar Salote me dijo
que estaban preparando un “Tongan feast”, festín tongano, y que por supuesto
estaba invitado. Así que dejé mis bártulos y me preparé para comer y, de paso,
hacer amiguetes.
Allí conocí a Hailey y Nick, una
pareja de Auckland que han viajado a Tonga por el submarinismo y, ya de paso,
por lo de nadar con ballenas jorobadas. También conocí a Douglas J Hoffman, un
fotógrafo submarino y guía que organiza safaris fotográficos privados para
gente muy rica y que vive en Hawaii, se autoproclama “whale whisperer”, que es
algo así como el César Millán de las ballenas. John, un matemático y profesor
de informática (ya retirado) inglés que vive en Nueva Zelanda que viaja
anualmente a Vava’u desde 2004 para descansar de su mujer, que no puede ir
porque tiene fibrosis quística y no aguanta el viaje hasta la isla, y nadar con
las ballenas jorobadas. Patrick, guest relations manager (no sé cómo traducir
esto, pero es un poco el que se encarga de que su empresa quede bien con todo
el mundo y de que los visitantes al parque se marchen contentos, sobre todo en
caso de que tengan algún problema) de Disneyland Hong Kong, un chico muy
divertido y dicharachero con infinitas historias y anécdotas de su trabajo en
Disneyland, tanto en Hong Kong como en Orlando (EEUU). Un auténtico apasionado
de los mamíferos marinos. Conocí también a tres franceses que viven en Nueva Caledonia
y que son fotógrafos amateurs muy buenos (la fotografía es algo así como su
hobbie de jubilados) y además eran muy simpáticos (sólo uno hablaba inglés).
El festín estuvo bastante bien.
Había comida tongana para parar un tren y estaba muy bien cocinada. Mi manjar
favorito fueron las chips de Taro, una planta que crece a la sombra de los
cocoteros y de la cual cortan y fríen las hojas.
El segundo día de mi estancia en
Vava’u fue domingo. El domingo se respeta en Tonga. Todo cierra, absolutamente
todo (ya te avisan de que tienes que comprar provisiones el sábado o el domingo
te vas a quedar sin comer). Además está prohibido hacer actividades deportivas
o trabajar (está incluso mal visto hacer trayectos largos en coche). Son muy
religiosos, el 99 % cristianos debido a la influencia de los misioneros
franceses.
Así que el domingo fui a misa,
por primera vez desde que dejé el Sant Ignasi. Las misas tonganas tienen mucha
fama debido a sus cánticos y yo quería verlo. Menudo espectáculo. Fui a la
Catedral de San José y me senté en el último banco porque un señor me obligó
(yo tenía pensado estar de pie atrás de todo).
Llegué y empezó la misa. Las
mujeres estaban en su mayoría a la derecha de la iglesia y los hombres a la
izquierda. En la fila central de bancos había hombres y mujeres, pero nunca en
el mismo banco. Tanto a izquierda como derecha había algún banco del otro sexo.
Los hombres llevaban camisas
oscuras muy bien planchadas, aunque justo el que estaba delante de mí llevaba
una camisa beige con palmeras. Todos llevaban su Ta’ovala (una especie de faja
hecha de hojas de palmera tejidas) sujetada con el Kafa (una especie de cuerda)
por encima del lava-lava (falda masculina típica de las islas del Pacífico).
Las mujeres iban todas con
vestidos con motivos florales y llevaban su Kiekie (el equivalente al Ta’ovala
masculino) alrededor de la cintura. La mayoría llevaban el pelo recogido en un
moño sujeto con una flor, aunque más de una llevaba trenzas.
No había misal ni Biblia ni
cancionero. A la izquierda del altar estaba el director con la batuta y dos
niños de entre 4 y 5 años que le imitaban. Llegó el cura y las mujeres
empezaron a cantar con una voz muy aguda pero melodiosa y afinada. Unos
segundos después los hombres las siguieron, esta vez con tonos muy graves. Una
vez el cura llegó hasta el altar las mujeres jóvenes y los chicos jóvenes
empezaron a cantar también. La congregación entera era el coro y cantaban a
cuatro voces, todos perfectamente coordinados y muy bien afinados, una canción
extremadamente alegre (todos quietos y firmes, nada de moverse o bailar como en
las iglesias de las películas americanas) pero solemne.
Toda la misa fue en Tongano y
cantaron exactamente las mismas canciones que se cantan en España, con la salvedad
de que aquí parecen las Escolania de Montserrat. El sermón lo dio el cura, un
señor muy apasionado, y el Evangelio lo leyó una señora.
Al final nos dimos la paz y nos
fuimos cada uno a nuestra casa
Enrique
Lo encuentro genial, todo...lo exótico de las profesiones, las esposas dejadas o no dejadas, las familias...la misa afinada (menos mal que yo no soy tongano, pues no me dejarían cantar). Una experiencia maravillosa. realmente GREAT
ResponderEliminarEAR