miércoles, 19 de septiembre de 2012

EN LOS CAMPOS DE KYNETON




G’day mates!

Hace más de una semana que estamos trasteando por Kyneton, un pueblo situado 82 km al noroeste de Melbourne. Muchas cosas han pasado desde la última actualización en Brisbane… ¡Y todas divertidas y buenas!

Estamos alojados en casa de Gwen Crimmins, una mujer extremadamente hiperactiva e interesante. Su casa está en Lauriston, a 7 km de Kyneton. Tiene campos de olivos y algún que otro bicho: una vaca, un toro, tres ocas, siete gallinas normales, dos gallinas peludas, unas cuantas ovejas gigantes y dos perros enanos.



Tanto el toro como una de las ovejas son huérfanos así que Gwen les estuvo dando el biberón hasta que se hicieron mayores.



Actualmente la oveja obedece al nombre de Lilly y se comporta como un perro. Si la llamas, viene y te pide caricias. Tiene tres corderitos que no hacen nada de caso por eso. En cuanto al toro, Hayza (es la onomatopeya que utilizan los cantoneses para designar al color negro) para los amigos, no tiene todavía un año y también parece un perro. Ambos piden caricias y comen de la mano, el toro con bastante más brusquedad que la oveja.

En cuanto a lo que hacemos nosotros por aquí… ayudamos en lo que podemos. Después de casi dos meses hemos aprendido que cuanto más nos esforzamos más recibimos. Gwen es hiperactiva y está constantemente haciendo cosas así que no tenemos “horario de trabajo”.



Hemos aprendido a llevar el tractor y a fumigar las malas hierbas, fumigar los olivos, cortar el césped “a saco”, cortar el césped con delicadeza, cuidar a los animales… También vamos a hacer un filtro de arena y grava para el agua efluente de la miniplanta de saneamiento de aguas residuales que tiene Gwen en su casa.

También hemos conocido a Rob y Judith. Son una pareja que viven cerca de Gwen y que se dedican a hacer ladrillos de barro. La casa de Gwen está hecha con esos ladrillos y parece que sean piedras. Lo interesante de Rob (fan de Gaudí) es que es un loco de la experimentación con la naturaleza. Tiene la teoría de que la naturaleza nos da las soluciones a los problemas cotidianos que podamos tener. Actualmente está intentando construir un sistema de limpieza de las aguas grises de su casa haciéndolas circular de forma subsuperficial por un minihuerto. Algo así como unos humedales artificiales. Precisamente de esto iba mi tesina final de carrera y precisamente mi proyecto final de carrera era sobre la construcción de unos humedales artificiales. Se han juntado el hambre con las ganas de comer. Dentro de un par de días nos vamos a poner a trabajar en ello, lo cual es muy interesante.

Casi todas las tardes Gwen nos dice que hemos trabajado muy duro y que está muy contenta, nos hace subir al coche y nos lleva a ver los alrededores de Lauriston.

Hemos ido a coger lombrices con Albert (amigo de Gwen emigrado de Alemania en los años 50) para una competición de pesca. Este señor tiene dos varas metálicas que clava al suelo y conecta a la batería del coche. Esto genera una corriente eléctrica entre ambas varas que calienta el suelo y molesta a las lombrices, que suben a la superficie en cuestión de segundos.




Las lombrices eran grandes como serpientes y cogimos casi un centenar. Aprovechamos para intentar pescar un rato al estilo del lugar; sin veleta ni plomos y con una lombriz de dos palmos en el anzuelo. No pescamos nada.



También hemos ido en busca de canguros. Hemos visto cientos de canguros rojos, que son los más grandes que existen. Son enormes y saltan una barbaridad. Están por todas partes cerca de Lauriston. Son algo asustadizos pero se dejan ver.




En cuanto a los paseos por los alrededores, a menos de 5 minutos en coche tenemos un lago, un embalse, bosques, campos… os dejamos alguna foto y nos ahorramos las palabras.





Este fin de semana pasado hemos estado en Melbourne, echando un cable a Gwen con una mudanza (la anécdota sobre la mudanza está al final) y visitando la ciudad.

Hemos estado alojados en la casa de Gwen en Melbourne, en el barrio de Newport, que está a un cuarto de hora del centro (en tren). Ahí hemos aprovechado para aprender los fundamentos del fútbol australiano, jugando en el jardín.



Debemos destacar que Gwen es la viuda de Peter Crimmins, capitán del Hawthorn (Melbourne) en los años 70 que murió de cáncer a los 28 años, minutos después de que sus compañeros de equipo le llevasen a la habitación del hospital la copa de la liga (Premiership) que habían ganado ese mismo día. Peter Crimmins era para Hawthorn lo que Puyol o Kubala para el Barça. Actualmente Hawthorn concede cada año la medalla Peter Crimmins al mérito deportivo y juego limpio, que impone Gwen personalmente.

En cuanto a la ciudad en sí, Melbourne mola, punto. Es como un Born gigantesco en el que se respira gafapastismo por todos lados y por donde se puede pasear tranquilamente. El bus turístico es gratis, así como un tranvía que realiza un trayecto circular por el centro.



Paseamos por una calle en la que está permitido hacer grafittis en las paredes y donde se encuentra el restaurante Movida, especializado en tapas (50 gramos de jamón serrano por 59 dólares).




Visitamos un montón de “arcades” que comunican las diferentes callejuelas del CBD (City Bussiness District) de Melbourne, donde encontramos una pastelería que fascinó a Marina. La verdad es que era impresionante.

Después de haber estado en Brisbane y Melbourne y haber utilizado el transporte público nos vemos con la obligación moral de destacar que el transporte público de Barcelona es realmente bueno y, a pesar de que cueste decirlo, barato. El billete sencillo en Brisbane cuesta 4 dólares y en Melbourne directamente no existe. En Brisbane debes comprar la GoCard si quieres pagar menos (un trayecto normal no baja de 3 dólares) y en Melbourne una tarjeta  MyKy (4 dólares por dos horas de transporte por la ciudad). Ayer (día 17) se destapó una gran polémica en Victoria ya que resulta que la policía utiliza las tarjetas MyKy con concesión (pensionistas, estudiantes…) para seguir a la gente e investigar fraudes.

En cuanto a la anécdota prometida… aquí la tenéis. En Australia casi todo el mundo que vive en un pueblo tiene un remolque. Gwen no es una excepción; tiene un remolque que parece hecho con los restos de los primeros barcos que llegaron por estos lares hace algo más de 200 años. Después de unos segundos de planificación extrema conseguimos cargar en el citado remolque un sofá de cuero azul, un armario de madera más viejo que Matusalén, un somier, varias plantas y algún que otro trasto. Gracias, Tetrix.

La carga iba asegurada con una cuerda atada a dos paneles metálicos que no sabemos cómo se sostienen y el remolque iba enganchado al coche por la típica bola metálica (esa que a veces va cubierta por una pelota de tenis), asegurado por un cordón de zapato (hace días no lo pusimos y se salió el remolque en el primer bache, con el consiguiente susto).

En el coche íbamos los perros (Misha y Ari), Gwen, Marina y yo. Pusimos rumbo a Kyneton a eso de las 11 de la mañana, con el objetivo de llegar a casa sobre las 12 (eso aquí es la hora de comer). Circulábamos por la autopista (freeway) a velocidad constante, con seguridad, como el caballo de Espartero. El cielo amenazaba tormenta de las gordas, pero no nos amedrentó: Marina y Gwen hablaban de sus cosas, los perros se comunicaban entre ellos por telepatía y yo dormía.

Nos adentramos en un tramo de autopista que transcurría a través de la selva negra australiana (bosques de grandes abetos, muy tupidos, húmedos y fríos), encerrados entre vallas verdes de más de dos metros de altura (evitan que los canguros se inmolen) que se alzan enigmáticas a ambos lados del trazado. La atmósfera se enrarecía por momentos. El cielo parecía a punto de romperse. Los abetos se combaban amenazantes sobre los límites del asfalto. De repente, el silencio. Marina y Gwen no hablaban, los perros apenas respiraban, yo estaba despierto. Trozos de caucho negro salían despedidos a nuestro paso. Traqueteo en la parte trasera. El remolque se ladeaba peligrosamente. El coche apenas podía resistirlo. No era un simple pinchazo, era una desintegración neumática en toda regla.



Gwen logró parar el coche, que galopaba cual caballo desbocado, en el arcén. Estábamos a quinientos metros del teléfono de emergencias más cercano (eso no es dramático ya que en Australia también tienen teléfonos móviles), con tráileres de hasta tres contenedores pasando a toda velocidad a escasos centímetros del coche y con el cielo a punto de desplomarse sobre nosotros.

Llamamos al RACV. ¿El RACV? Sí, El Real Automóvil Club de Victoria (el estado de Melbourne), cuyo escudo, colores y letras son asombrosamente parecidos… a los del RACC. Cosas así dan seguridad, como ir a un examen con camisa.

El hombre del RACV llegó en cuestión de minutos y con él, el diluvio. Marina y Gwen se quedaron en el coche y yo me fui con el señor mecánico y la rueda hacia Gisborne, el pueblo más cercano.

El taller mecánico resultó ser una maravilla cuya época gloriosa fue en los setenta, cuando ganaron diversas pruebas de automovilismo.

El taller era el negocio familiar de la familia Gardiner, cuyo primer miembro llegó a Australia en 1860 procedente del sur de Escocia. Era herrero (blacksmith). Se dedicaron a herrar caballos hasta que, en 1918, cambiaron las herraduras por los neumáticos.




En el taller hay una especie de muro de la gloria. Tienen una carta de Henry Ford II agradeciéndoles los primeros 50 años de convenio con Ford, fechada en 1968. Siguen con Ford. Tienen expuesto el primer remolcador de coches que tuvieron, junto a una foto del primer coche que tuvo la “suerte” de utilizarlo. Tienen también un árbol genealógico que empieza con el primer Gardiner que llegó a Australia y que acaba con cuatro Gardiners nacidos en los noventa.

El señor que vino a buscarnos era el “hermano mayor” del tercer escalón del árbol genealógico. Empezó a trabajar en el taller en el año 1957 y ahora, a los 72 años de edad, seguía en ello. Nunca ha salido del estado de Victoria; una vida entera dedicada al taller. Ahora él y su hermano (67 años) se ven forzados a vender el negocio porque sus hijos no quieren seguir con él. El Henry Ford que viva ahora no tendrá que escribir una carta agradeciéndoles los 100 años de colaboración.

Finalmente llegamos a casa sobre las tres de la tarde. Tarde provechosa. Marina fue rápidamente a abrir los recintos de las ocas, las gallinas normales y las gallinas peludas. Volvió con 29 huevos de gallina normal, 4 huevos de oca y 5 huevos de gallina peluda. Son como regalitos.




Actualmente tenemos unos 50 huevos en la cocina, lo que empieza a suponer un problema. Marina está haciendo un pastel de naranja y almendras. Mañana haremos empanada gallega y tortilla de patatas porque vienen Rob y Judith a cenar tapas.

En cuanto a mí, he aprendido a maniobrar marcha atrás llevando un remolque, lo cual no es moco de pavo. Si no me creéis podéis probar a aparcar haciendo una ele con un remolque enganchado al coche, o simplemente a circular marcha atrás en línea recta.

Enrique & Marina

sábado, 8 de septiembre de 2012

LA SUERTE DEL VIAJERO




Cuando viajas tienes suerte, esto es así y punto. Existen personas extremadamente gafes evidentemente (todos conocemos a alguna), pero la gran mayoría de la gente cuando explica un viaje en algún momento u otro dice eso de “pues tuvimos la suerte de…” o “…y por suerte no nos llovió” (el tema de la lluvia es muy importante al relatar un viaje).

Nosotros estamos teniendo mucha suerte tanto a nivel meteorológico como a nivel de las familias con las que vamos viviendo. Hace un par de días que hemos dejado a Dave y Sarah en Nambour, donde la experiencia de intercambiar trabajo por alojamiento y comida ha sido muy buena.



Hemos estado viviendo en “The Ponderosa”, una especie de rancho situado en el pueblo de Nambour. El terreno es enorme: tienen dos “creeks” (riachuelos o torrentes con agua permanentemente) y un lago, ahora algo desangelado a causa de las inundaciones de la última temporada de lluvias (enero y febrero).





En lugar de perro guardián tienen seis ocas (esto es en serio) que se quedaron huérfanas hace unos meses porque un zorro se comió a sus padres, tíos y abuelos (eran 16 antes de la matanza). El hecho de quedarse sin modelos adultos a los que imitar hace que, por ejemplo, una de las hembras tenga una preocupante tendencia a poner huevos en el agua.





En cuanto a los trabajos que hacíamos eran variados. Yo me he encargado de cuidar mínimamente a las fieras (las ocas) y a trabajar en el jardín.



Como último encargo he estado trabajando en la restauración de un modelo a escala de un Supermarine Spitfire de la Segunda Guerra Mundial. (Suerte 1)




En cuanto a Marina, debo decir que, aparte de trabajar conmigo en el jardín, se lo ha pasado pipa diseñando y confeccionando fundas para unos cojines: ha hecho los patrones, cortado las telas, cosido las fundas, etc. (Suerte 2)



Trabajando con Dave y Sarah hemos descubierto el Smoko. ¿Una droga? ¿Una bebida? No. El Smoko es un descanso a media mañana en el que te tomas unas galletas (hechas por Marina con su nueva receta superbuena o “yummy” como dicen por aquí) y un zumo mientras Dave y Sarah te explican mil y una historias de sus viajes en bicicleta alrededor del Mundo. Es algo así como el equivalente inglés (ambos son ingleses emigrados a Australia) a la siesta, con la sutil diferencia que se hace sobre las diez y media de la mañana y sin dormirse. (Suerte 3)



En cuanto al tiempo libre hemos paseado mucho por Nambour. Menuda sosez estaréis pensando; pues sí. Nambour no es nada turístico, pero es el nexo (“hub” en inglés) de todas las actividades que pueden hacerse en la Sunshine Coast, cosa que hemos aprovechado. Cada pueblo de los alrededores tiene algún atractivo: una piña gigante (¿Quién vive en la piña debajo del mar? ¡Bob Esponja!), una fábrica de procesamiento de jengibre, un mercadillo de arte, etc.

El sábado pasado fuimos a Noosa, capital de la Sunshine Coast, donde hay un parque natural en el que, según dicen, viven cuatro Koalas salvajes. Que un Koala sea salvaje no quiere decir que en lugar de dormir 20 horas al día duerma 19, lo que quiere decir es que vive en libertad.



Hablando con los lugareños fuimos advertidos de la dificultad de ver a los Koalas ya que, si bien tienen cierta seguridad de que haberlos haylos (como las meigas), no tienen un cuidado especial a la hora de seguirles el rastro.



Antes de entrar al parque nacional de Noosa Heads estuvimos hablando con un señor de unos 80 años que trabajaba en el centro de información del parque y nos dijo que en toda su vida no había visto a ninguno de los Koalas del parque. Decidimos no hacerle mucho caso y entramos en el parque dispuestos a pasar un buen día caminando por los diferentes recorridos que tienen señalizados. Hicimos un recorrido bordeando la costa precioso. Vimos un montón de aves diferentes, algún que otro lagarto y unos cuantos chinos.



Después de 4 horas de caminata decidimos que ya era momento de ir volviendo y cogimos un camino por el interior del bosque. ¿Adivináis que nos encontramos? Una bola de pelo gris acurrucada en las ramas de un eucaliptus. ¡Estábamos viendo un Koala! (Suerte 4)



La guinda del pastel fue que el Señor Koala tuvo el detalle de despertarse, bostezar, rascarse un poco y volverse a dormir. (Suerte 5)



Al día siguiente fuimos con Dave y Sarah de picnic a celebrar que era el día del padre en Australia. Estuvimos en una zona muy bien preparada desde la cual se pueden ver las Glasshouse Mountains (Montañas invernadero), que nadie sabe por qué se llaman así. 



Después de comer entramos a una reserva de selva tropical donde, a veces, se ven Pademelons (unos wallabies pequeñitos y escurridizos). Los vimos, además de una familia de wallabies de los de toda la vida. (Suerte 6)



No tenemos fotos porque estaba muy oscuro pero a cambio os dejamos una foto de un ficus. Es lo que está detrás de mí. Creo que la señora “Mat” va a tener que regar mucho los ficus de la terraza.

Después de este tremendo fin de semana volvimos a la rutina del trabajo en The Ponderosa, los paseos por Nambour por la tarde y las películas por la noche.

Este jueves pasado, volviendo del centro de Nambour, tuve un momento de indignación máximo porque no hay oficina de información turística lo que hace imposible conseguir un plano del pueblo. ¿Cómo es posible que un pueblo que se autodefine como el “hub” de la Sunshine Coast no tenga oficina de información turística? Tal fue mi enfado que escribí una carta al rotativo Sunshine Coast Daily (premiado este año como mejor periódico australiano) aconsejado por Dave, colaborador habitual de la sección de cartas al director. Pues bien, hoy sábado la han publicado. (Suerte 7)

No podemos poner aquí el enlace del periódico porque no tienen la sección de cartas en la web, pero en breves Dave nos enviará la página escaneada. De todas formas pongo el redactado a continuación por si tenéis curiosidad.

Where is the toilet?

I am travelling down the east coast of Australia with my partner since July. I got to Nambour a week ago because it is known as the hub of the Sunshine Coast hinterland. What is the first thing that you should do when you are in a new village for tourism? Go to the tourist information office. Can anybody tell me where is the Nambour’s tourist information office? I already know the answer: Nowhere. No backpackers, no cheap supermarket, no cinema… It is ridiculous. I come from Barcelona (Catalonia, Spain) where tourism is a very important source of income in these times of crisis and we really take care of our visitors comfort. It is like our last man standing nowadays. Which will be your key stone when the crisis finally hits you? Gambling in your big club?  

El viaje por Australia continúa y ahora nos encontramos en Brisbane, capital del estado de Queensland. Estamos alojados en casa de John McGregor, un amigo que conocí en San Francisco hace unos años. 

El lunes a las ocho de la mañana ponemos rumbo a Kyneton (Melbourne) desde donde haremos la próxima actualización, si internet nos deja. Estamos preparando la segunda entrega de "curiosidades australianas" porque parece que la primera gustó bastante.

Enrique & Marina