martes, 20 de noviembre de 2012

LAUDERDALE ESTATE




Han pasado ya once días desde que llegamos a Lauderdale Estate y mañana nos tenemos que ir. Tendríamos que habernos marchado hace un par de días pero… aquí estamos genial.



Lauderdale Estate es una antigua estación ganadera que actualmente es propiedad de la familia Jefferson. Como antigua estación ganadera que es, tiene unos terrenos inmensos, con construcciones de piedra aprovechadas como casas de invitados, almacén de madera o de alpacas de paja.

Los Jefferson tienen un negocio de organización de viajes por Nueva Zelanda para gente pudiente y aprovechan los terrenos de Lauderdale para organizar bodas; aquí se aprovecha todo. Hay un centro polivalente para el banquete, una pequeña iglesia, campo de críquet, campo de croquet, ruinas de la antigua central ganadera (se quemó hace más de cien años) y un paisaje impresionante.



En cuanto a los Jefferson, son seis: Jean y Karen son los padres de Josephine (14), Catharina (13), Louis (11) y Celina (9), los cuatro muy bien educados y divertidos. Tienen un mastín inglés de tres años llamado Billy y una cerdita maorí llamada Micky como animales de compañía.

La zona

Lauderdale está situado en el límite de una reserva natural algo peculiar. Lo que está protegido no es el bosque, las praderas o las montañas. Lo que es algo así como patrimonio intangible de la humanidad es el cielo. Os dejamos unas fotos tomadas desde el campo en que desayunamos para que podáis ver por qué es el cielo la reserva natural.





En lo que respecta a nuestra habitación, dormimos en una casita situada a unos 400 m de la casa principal, en medio de una pradera en la que están los caballos de la familia.



Tenemos buenas vistas desde el porche.



Esta zona de Nueva Zelanda (Central Otago) fue algo así como una inmensa mina de oro así que la gran mayoría de pueblos son antiguas colonias mineras. Uno de estos pueblos, St. Bathans, excavó tanto el terreno en busca de oro que actualmente tiene un lago considerable por el que se pueden hacer caminatas.

Marina y yo fuimos a ver el Blue Lake, muy bonito con los rastros de las antiguas vetas de oro, y nos encontramos a tres patitos huérfanos.



Los recogimos y los llevamos a casa, a ver si podían crecer con las gallinas. Desafortunadamente a esos patitos les tocaba morir así que en tres días ya no había patitos; fueron cayendo uno cada día.

En cuanto al Blue Lake, la verdad es que fue muy interesante ver lo profundo que eran capaces de excavar los mineros hace ciento cincuenta años, sobre todo teniendo en cuenta que lo hacían a pico y pala. En pocos años transformaron una colina en una excavación que actualmente es un lago navegable.




Si os fijáis en la foto se ven unas rocas de color amarillento claro, es ahí donde estaban las vetas de oro. Uno de los mineros de St. Bathans (se nos olvidó apuntar el nombre) fue el inventor de los ascensores hidráulicos (tampoco sabemos si lo patentó). Este señor, al que al principio parece que tomaban por loco, fue el primero en lograr elevar un ascensor más de cincuenta metros utilizando agua a presión. Evidentemente se convirtió en el minero más rico de Nueva Zelanda.

Los trabajos

Los primeros días nos dedicamos a quitar malas hierbas del jardín de la casa principal y de dos pequeños huertos. La verdad es que lo de quitar malas hierbas suena facilito, pero madre mía cuando lo que hay que hacer es desbrozar, la cosa cambia.



Al final no dejamos ni un solo hierbajo vivo. Ahora están los huertecitos listos para sembrar y el jardín preparado para poner flores.

El principal trabajo que hemos hecho ha sido recoger leña para el próximo invierno. Durante el invierno la nieve se acumula en los árboles en tal cantidad que rompe bastantes ramas. Ahora en primavera cogen la sierra mecánica y cortan las ramas caídas a trozos pequeños para que quepan en la chimenea. Nuestro trabajo fue recorrer toda la finca recogiendo ramas, troncos y trozos de ramas.



Al principio, para los troncos más manejables, hemos estado utilizando un quad. Personalmente me lo he pasado pipa yendo y viniendo con el quad por los bosques y demás terrenos. Podéis estar tranquilos que Marina no lo ha conducido, por lo que sigue teniendo todos los dedos de las manos de una pieza.



En cuanto a los troncos más grandes o que estaban en la parte más inaccesible de la finca, hemos utilizado el Range Rover de la familia. Menudo cochazo.



Eso sí, un día nos llovió y se nos quedó atascado en una subida: empezamos a subir con el remolque cargado de troncos con el modo “rampa pronunciada” y la función “montaña off road”, en medio de la cuesta las cuatro ruedas empezaron a resbalar y el coche se puso a mover hacia los lados (no había espacio por los lados para muchas alegrías: bosque a la izquierda y barranco a la derecha). En esas estábamos que dejé de acelerar, puse el freno de mano y… nos fuimos para abajo.



Aquí aprendí que cuando un 4x4 está resbalando por una pendiente de poco sirve mover el volante para intentar no salirte de la trazada. El Range Rover es como un tanque, pero ese barro pudo con él. Una vez pasado el susto (debimos bajar unos cinco metros), comprobamos que todo estaba bien y dejamos al coche castigado reflexionando por qué no había podido subir. Lo cierto es que tampoco fue fácil subir caminando, en fin. La lluvia paró y por la tarde pudimos recuperar el coche y la carga de madera.

Los animales

La principal bestia que tienen por aquí es Billy, un perro que parece un león. Es un mastín inglés.



La primera vez que lo ves impacta porque realmente es enorme. Para que os hagáis una idea del tamaño, os dejamos una foto de Billy con Marina, que es más alta que Shakira.



Una vez lo hemos conocido sólo esperamos que no tenga que defender la finca, porque duerme más que un koala y no es nada activo. Cuando está despierto es muy divertido, aunque no hace mucho caso a la hora de jugar.



En cuanto a la mejor amiga de Billy, tenemos a Micky, la cerdita maorí. No tiene todavía un año y ya hace más caso que Billy: viene cuando la llamas, se sienta, te pide mimos en la barriga… lo típico, vamos.



Cuando hemos estado trabajando en el jardín o con la leña siempre nos ha ido siguiendo, ayudándonos con las malas hierbas o simplemente pidiendo comida constantemente.

Aquí tienen bastantes animales de granja, en principio destinados al autoconsumo (el carnicero va finca por finca “arreglando” animales, no hace falta enviar al animal al matadero).

Hay cerdos maorís bastante simpáticos destinados a “arrejuntarse” con la cerdita Micky (cuando esté en edad de merecer) y así tener para hacer cochinillo.



También hay alpacas, ovejas, terneros y alguna cabra. En particular hay un par de cabritas de pocos meses a las que dan el biberón dos veces al día (mañana y tarde) porque ya comen hierba.



Estas dos cabras locas viven detrás de nuestra habitación y cada vez que nos ven atraviesan la valla eléctrica y vienen como locas hacia nosotros a ver si llevamos el biberón. La que se ocupa de ellas es Karen, pero un par de días hemos sido nosotros, así que ahora vienen hacia nosotros con más ilusión si cabe. Ingenuas.



Corren por aquí también cinco caballos, que son de las chicas. Una vez a la semana los llevan a una escuela de equitación donde aprenden a cuidarlos y a montar en ellos. Un día nos hicieron una clase privada a Marina y a mí.




Yo he confirmado que para mí los caballos, como los toros, desde la barrera mucho mejor.

Tiempo libre

El tiempo de asueto lo hemos dedicado básicamente a descansar y cocinar. ¿Qué mejor lugar que este para estar sin hacer nada? Pues eso.

Teníamos una cocina industrial para nosotros solos así que nos hemos entretenido bastante: hemos hecho natillas (con 12 yemas de huevo), bizcocho (con las 12 claras de los huevos de las natillas), tarta de Santiago, buñuelos de viento con fruta dentro (manzana y plátano), torrijas, galletas con trocitos de chocolate, coulants, patatas rebozadas, huevos fritos con patatas fritas, tortilla de patatas, pa amb tomàquet i escalibada, torrades variadas, arroz a la cubana, patatas bravas…






Un día nos pusimos nuestras mejores galas de turistas y nos fuimos a Queenstown, la capital mundial de los deportes de aventura (aquí las fuentes públicas sacan Red Bull).



Camino de Queenstown pasamos por el puente en el que AJ Hackett hizo puenting por primera vez en la historia, lo cual es importante porque fue el primero en hacerlo. Actualmente en este puente sólo se hace puenting (de muchas maneras diferentes) y el señor Hackett es el dueño de un montón de tinglados de puenting en todo el mundo. Menudo colgado.



Queenstown es el equivalente neozelandés de Andorra la Vella. Todo lleno de tiendas de deportes extremos, llenas de gente deportista extrema, hoteles, más tiendas… Y todo muy bien cuidado y bonito. No hay semáforos, así que cruzar la calle también es un deporte de riesgo.




El pueblo está situado a las orillas del Lake Wakatipu, en la falda de las montañas Remarcables (leáse “rimarcabols”), que supongo que tendrán otro nombre, pero aquí las llaman así.



En Queenstown puedes hacer jet boating, rafting, puenting, BTT, salto en paracaídas, ala delta, parapente, motocross, quad y cualquier cosa que termine en “ing”. Hasta caminar parece una aventura extrema. Nosotros optamos por la actividad más relajada, que es conducir por la orilla del lago Wakatipu e ir mirando el paisaje hasta llegar a Glenorchy, el último pueblo antes de entrar (no se puede entrar en coche) a Fiordland, un parque natural que debe ser tan grande como Catalunya.



En Glenorchy dimos un paseo por los humedales del pueblo que, si no tenemos mal entendido, es donde se rodó la parte de la Laguna de los Muertos del Señor de los Anillos.



Por cierto que la carretera de Glenorchy a Queenstown… bueno ahí va la foto.



El eclipse

Hace unos días pudimos ver un eclipse. En Port Douglas (nuestra primera parada en Australia) y Julatten (nuestra segunda parada en Australia) lo vieron completo, aquí en Nueva Zelanda sólo lo vimos parcialmente. Nosotros pudimos mirarlo gracias a las radiografías del dedo de Marina, y a través de ellas hicimos una foto del sol con la luna delante.



En Fin, esto es todo desde Lauderdale Estate, la próxima actualización será desde Riverton, si internet nos deja.

Enrique & Marina

jueves, 8 de noviembre de 2012

EXCURSIONES Y SAND FLIES




Volvemos a estar por aquí para escribir la última actualización desde el Lake Paringa, ya que el viernes nos vamos a Omakau, en Central Otago.

Pasadas ya dos semanas desde nuestra llegada a Lake Paringa podemos decir que hemos hecho unas nuevas amigas. La verdad es que no nos costó nada iniciar esta relación, al contrario. Son famosas en Nueva Zelanda, sobre todo en West Coast (también llamada, como nos recordó Òscar, Wet Coast).

Investigando un poco resulta que también son famosas en el mundo entero, pero por algún motivo aquí se lo tienen muy calladito (algo parecido a lo que hacen en París con la lluvia). En fin, nuestras nuevas amigas son las SAND FLIES. ¿Las Spice Girls de las antípodas? No. Son la variedad neozelandesa de mosca negra.

Podéis buscar en Internet, la Encarta (qué tiempos aquellos) o la Enciclopedia Salvat alguna definición y descripción científicamente aceptable de lo que es la mosca negra de Nueva Zelanda. Por lo que respecta a nosotros las sand flies no deberían ver un nuevo amanecer.

Son una especie de minimoscas alargadas y violentas como un chihuahua desequilibrado que necesitan nuestra sangre para poner huevos, como lo mosquitos, pero que no pican como ellos, sino que muerden y chupan la sangre que brota a borbotones (una gota pequeñita) de la herida. La parte positiva de su mecánica de picado es que no pueden morder a través de la ropa, por lo que si vas abrigado sólo debes preocuparte de las manos y la cara. La parte negativa es que la picada duele, por eso de que muerden, y pica un montón; podemos decir que piquiduele mucho.

Las sand flies están presentes en todo Nueva Zelanda pero en la costa oeste (West Coast y Fiordland sobre todo) hace años que han alcanzado el nivel de plaga. Se reproducen en lugares húmedos, cerca de lagos o de la playa y en las proximidades de los bosques semitropicales. Aquí tienen de media 700 mm de lluvia al mes, estamos a las orillas de un lago enorme, a diez minutos de la playa y rodeados de bosque semitropical. Buen caldo de cultivo.

Afortunadamente las sand flies alcanzan la madurez reproductiva antes de desarrollar algo parecido a un cerebro así que no es difícil ajusticiarlas. Otra característica curiosa de este error de la naturaleza es que la noche las confunde: mientras un motón de insectos intentan entrar en la casa al anochecer, ellas intentan salir y acaban suicidadas contra los cristales de las ventanas. Por las mañanas hay que limpiar centenares de cadáveres con el aspirador, que por cierto se llama Henry, así que ya os podéis imaginar a quién le toca usarlo.

Como una imagen vale más que mil palabras ponemos un par de fotos de las piernas de Marina.




En una de las excursiones que explicamos más adelante había que cruzar un río a las bravas: al ir nos quitamos las botas y los calcetines, nos arremangamos los pantalones y cruzamos. La experiencia fue algo parecido a la primera media hora de “Salvar al soldado Ryan”, donde se representa el desembarco de Normandía. A la vuelta, escarmentados, decidimos que íbamos a ir más a las bravas todavía y pasamos sin quitarnos las botas, únicamente nos arremangamos los pantalones durante unos dos minutos para cruzar la parte más profunda. Yo, al ser mosquito paranoico tengo práctica en minimizar los riesgos de ser picado: crucé moviéndome como si tuviese pulgas en los calzoncillos, gritando como una folclórica a la que le ha abandonado su torero y fui rapidísimo. Marina, al no tener problemas con los mosquitos no ha desarrollado de forma adecuada su instinto de supervivencia mosquitil. Ahí están las secuelas.

En otro orden de cosas, hace unos días tuvimos un tiempo muy ventoso en la zona del lago Paringa. Teníamos pensado pasar la tarde viendo películas en la habitación (la hija de Ken y Mata suele viajar a Bali por trabajo y acostumbra a traerles un motón de DVD, lo que Ken llama nuestras “English lessons”) hasta que Ken nos sugirió que fuésemos a la playa ya que ahí habría más viento y el estado del mar (Tasman Sea) sería interesante.

Fuimos a la playa de Ship Creek. El viento era tan fuerte que levantaba la arena de la playa y el agua del mar de tal modo que parecía niebla.



El mar, en ocasiones azul, verde, negro… era blanco y la espuma era tan densa que al tocar tierra se separaba del agua y quedaba en la orilla como si fuese nieve.




Para estar más o menos a gusto había que ir tapado completamente ya que los granos de arena golpeaban con mucha fuerza. Anorak, gorro, buff, gafas…



En cuanto a lo de hacerse fotos… no era misión imposible pero sí misión difícil. El viento era tal que dificultaba las tareas tanto del modelo como del cámara. Así la escena era uno de los dos intentando estar quietos delante de las olas y el otro intentando mantener la cámara quieta para que la foto no saliese movida.




La verdad es que Ken tenía razón, como siempre, pero el viento era tal que no pudimos estar ahí más que diez minutos.



En cuanto a actividades más mundanas, hemos salido a pasear por la carretera. Pues menuda gracia, ¿no? La verdad es que lo divertido es que Ken nos hizo tomar precauciones porque dice que aquí la gente conduce muy mal.



En referencia al kayak (¡Es un palíndromo!) seguimos saliendo por las mañanas, a veces incluso antes de que  la bruma nocturna se disipe. Somos unos valientes.



Hace unos días unos cazadores que se alojaban en el lodge nos comentaron que había una excursión muy interesante justo antes de llegar a Fox Glacier. Consiste en seguir el curso del río Copland hasta un refugio del DOC (Departamento de Conservación de Nueva Zelanda) que está al lado de unas fuentes de agua termal, justo en la falda de la sierra del monte Cook.

Nos comentaron que en principio se tarda siete horas en llegar al refugio, pero que si íbamos rápido se podía hacer en menos tiempo; además, dijeron, como sigues el curso del río el trayecto es bastante llano. Lo que hace la gente, los que saben que esto existe porque no lo publicitan nada, es ir, dormir en el refugio y volver al día siguiente.

Es difícil tener un día de sol por estos lares así que nosotros, valientes, decidimos que haríamos la excursión en un solo día. Esto también nos facilitaba la combinación con el trabajo en el lodge.

El día señalado por la buena meteorología nos levantamos prontito, cogimos los bocatas y nos dirigimos hacia el río Copland.

Al llegar al aparcamiento nos encontramos con advertencias sobre posibles crecidas de los afluentes del Copland, diversos tramos con desprendimiento de rocas, zonas imposibles de salvar si llueve… todo esto aderezado con la señal en la que especifican que el trayecto es de 17 km y que se tardan 7 horas en recorrerlo. Nosotros teníamos que hacer los 17 km de ida, bañarnos en las fuentes de agua termal y hacer los 17 km de vuelta.



El camino fue espectacular; siempre bordeando el río pero sólo viéndolo en ocasiones.




El agua del río era de un azul muy intenso, fruto de la gran cantidad de sedimentos que los glaciares generan y los ríos recogen. Dichos sedimentos son muy finos y los hay en tal cantidad que trabajan a modo de espejo y reflejan el cielo, por eso en un día soleado el río es tan azul.




En cuanto a la cantidad ingente de riachuelos afluentes del Copland, los hay que hay que pasarlos a las bravas y los hay que hay que pasarlos… con valentía. Los afluentes anchos o muy angostos se cruzan mediante cuatro cables de acero envueltos por una malla, todo eso formando algo más parecido a un paso tibetano que a un puente colgante en condiciones.




La verdad es que cruzar esos puentes te hace sentir un aventurero y eso está muy bien.




Después de casi cinco horas de caminar a paso de legionario llegamos al Welcome Hut, que es donde están las aguas termales. Como lo normal es hacer noche allí, cuando llegamos nosotros no había nadie así que tuvimos las piscinas para nosotros solos… y las sand flies también.



Hay varias piscinas naturales cuyo lecho es de fango muy fino y claro. El agua estaba prácticamente hirviendo en algunas y muy caliente en otras. Marina fue metiendo el pie en todas las piscinas hasta que encontró una cuya temperatura era tolerable y allá se quedó como Jesusa Gil, sin las Mama Chicho por eso.




Yo soy algo más sensible al agua a punto de hervir así que me costó algo más meterme, de hecho estuve a punto de no bañarme, pero después del tute para llegar hasta ahí…




En fin, nos bañamos unos diez minutos siguiendo las indicaciones de seguridad de no meter la cabeza debajo del agua a menos que quisiéramos coger meningitis, en medio de montañas nevadas de la sierra del monte Cook y al lado de un río glaciar. No está mal, ¿no?



La vuelta pretendíamos hacerla al mismo ritmo de marchadores nórdicos dopados pero nuestras drogas (muesli con yogur) no darían ni para el Prólogo del Tour, así que volvimos mirando el paisaje, por eso de disimular el cansancio…




Esta tarde Mata nos ha llevado al centro espiritual de su tribu (es maorí) en Bruce Bay. Hemos visto kiwis disecados, tótems de madera, tallas en piedras azules y verdes… todo muy bonito e interesante (no tenemos fotos). Los maoríes, al contrario que los aborígenes australianos, nunca han sido perseguidos y son respetados por la sociedad neozelandesa.

Lo vamos a dejar aquí que Ken está preparando una barbacoa de venado. Mañana nos esperan unos cuantos quilómetros hasta nuestro próximo destino… y conduce Marina.



Enrique & Marina